El año pasado, en Caracas, donde
concurrimos también invitados por el CELCIT,
una delegación de la Escuela Municipal de Arte
Dramático de Buenos Aires expuso las líneas
de su proyecto pedagógico y, asimismo, presentó
un espectáculo dirigido por uno de los egresados,
que se ofreció como resultado de la aplicación
de esas pautas de aprendizaje.
Suponemos que aquí, en Cádiz, invitados
como estamos a este Encuentro Iberoamericano sobre Realidad
Social y formación Teatral, vamos a repetir algunas
de las cosas que ya dijimos en Caracas. Pero existen
diferencias. Después de Caracas nosotros sabemos
que muchas de nuestras inquietudes, también algunas
de nuestras propuestas y muchos de nuestros conflictos,
son compartidos por otros pedagogos y educadores teatrales.
Parece ser que estas coincidencias se expresan con mayor
claridad en el contacto de nuestros colegas de Latinoamérica,
pues con seguridad el ámbito continental mancomuna
penurias y posibilidades.
La intención, habitual hasta hace poco tiempo,
de desgajar a Buenos Aires de la problemática
latinoamericana, se hace cada vez más difícil,
puesto que la ciudad y el país argentino están
tomando una fisonomía que no admite una situación
de excepción respecto del resto. En todo caso
quedan vestigios de esa condición excepcional,
que podrán perdurar un tanto en el tiempo, pero
es indudable que Buenos Aires se está empobreciendo
como centro de actividad teatral profesional, remunerada.
El mismo deterioro se advierte si la analizamos como
plaza de una industria del espectáculo, debido
a la crisis, más reciente que la teatral, que
aqueja tanto a la televisión como al cine.
Los signos de esta situación se presentaron casi
una década atrás. La preocupante realidad
fue enmascarada en el terreno específicamente
teatral por el fenómeno de Teatro Abierto, que
alentó un optimismo diluido muy pronto, cuando
el movimiento de tono contestatario no tuvo respuestas
para la nueva situación política del país,
que a fines de 1983, al cabo de medio siglo de forzoso
paréntesis, recuperaba la democracia.
Fue en ese momento cuando asumimos el compromiso de
dirigir la Escuela Municipal de Arte Dramático,
cuando todas las instituciones del país, más
allá de su envergadura o del lugar ocupado en
el conjunto, debían adecuarse a los nuevos y
bienvenidos tiempos. La tarea no podía ser más
estimulante. Se sabía que iba a ser acompañada
por el apoyo de funcionarios que, como una excepción,
eran hombres de la cultura.
Existía, por otra parte, un interés de
la comunidad por recuperar instituciones que, debido
entre otras causas al manifiesto desdén de las
administraciones castrenses por estas cuestiones, habían
quedado muy relegadas.
En suma, la Escuela Municipal de Arte Dramático
debía participar del proceso de reacomodación
de toda una sociedad demasiado acostumbrada a las propuestas
totalitarias y que, no obstante, daba muestras evidentes
de querer desprenderse de semejante carga.
Como dijimos en Caracas, la Escuela Municipal de Arte
Dramático compartía con casi el resto
de los institutos de enseñanza artística
oficial, los magros presupuestos y las opacas propuestas
pedagógicas, acaso deliberadamente inocuas estas
últimas para protegerse de la reacción
de gobernantes con excesivo celo represivo.
Podíamos operar en la reforma del programa pedagógico.
Nos sentíamos con fuerzas y sabíamos que
se iba a contar con el elemento humano para llevar a
cabo la tarea. Sin duda resultaba difícil para
nosotros encarar el otro aspecto, la resolución
de la penuria presupuestaria, muy vinculada a la evolución
económica del país todo. Se podía
suplir esta carencia con buena voluntad y mucha imaginación,
pero era previsible que muchos problemas necesitaban
de remedios más contundentes para ser resueltos.
Precisamente la falta de respuesta al problema económico,
en especial a la obtención de ámbitos
adecuados para la labor docente, dificultaron la tarea
e impidieron la concreción de algunos proyectos
que imaginamos como posibles en 1984. Se puede asegurar
que este factor económico se transformó
en un elemento cada vez más conflictivo, porque
fue afectando de modo cada vez más serio todos
los elementos de la actividad docente.
No obstante, la Escuela Municipal de Arte Dramático
creció en medio de esa crisis económica
monumental, que tuvo un final de orquesta brutal e inédito
para los argentinos; un proceso de hiperinflación
que puede resultar muy difícil de imaginar, pero
que puede sintetizarse como la parálisis de las
reglas económicas siquiera cotidianas, elementales,
impidiendo la organización de cualquier proyecto
al futuro, así este futuro tenga un alcance de
24 horas.
En 1984 nos propusimos pensar el proyecto educativo
a partir de algunos presupuestos, entre ellos, en un
lugar destacado, la mencionada crisis de la actividad
teatral de Buenos Aires.
Insinuada entonces, oculta como se dijo tras el fantástico
fenómeno de Teatro Abierto, la crisis se muestra
hoy evidente, incontrastable. Se agrega, como elemento
de deterioro, la cesación de la producción
cinematográfica y la parcial aunque afligente
paralización de la actividad televisiva. Esta
suma da como resultado lamentable la quiebra de lo que
alguna vez llamamos nuestra industria del espectáculo.
Por lógica consecuencia, nos interesó
entender que el alumno de la escuela encontraría,
a su regreso, un mercado de trabajo totalmente alterado.
Serían para él evidentes la pérdida
de vigencia de las normas contractuales y de la validez
de fórmulas que, por su agotamiento, no alcanzarían
para atenuar tan crítico panorama.
En atención de que el teatro tiene recursos más
ágiles para zafar de esta coyuntura desgraciada,
pensamos entonces y lo seguimos sosteniendo ahora, que
la Escuela Municipal de Arte Dramático debía
asumirse como una escuela de enseñanza teatral,
exclusivamente. Con más precisión, destinada
a la formación de un hombre de teatro "capaz
de encarar su tarea artística en cualquier ámbito
y bajo cualquier circunstancia", disposición
que tal como fue leída, volcamos en el Perfil
del Egresado que comenzamos a redactar con los profesores
que en ese momento actuaban en la escuela.
El carácter artesanal del teatro, su capacidad
para desprenderse sin lesiones de importancia de toda
apoyatura técnica y sin embargo seguir expresándose
a través de un actor que actúa ante un
público en un espacio vacío, es el argumento
más propicio para sustentar nuestra decisión.
El teatro puede ponerse a cierta distancia de la penuria
económica, puede obviar los espacios convencionales,
el edificio teatral propiamente dicho, y trabajar en
lugares alternativos, un mérito, si cabe el término,
que se le niega al cine y a la televisión.
Por otra parte, puede desprenderse de la tutela de los
centros habituales de producción y responder
a la demanda de actividad teatral continuada y estable
de un país tan extenso como la Argentina.
La certeza de esta independencia y de esta flexibilidad,
fueron incluidas entonces en el proyecto educativo que
pusimos en marcha y que continuamos perfeccionando.
Optamos. En lugar de preparar al actor para insertarse
en un mercado de trabajo preexistente, preferimos formar
un hombre de teatro capaz de modificarlo profundamente,
o de evitarlo para crear su propio espacio de desarrollo
profesional, generando y llevando a cabo sus propios
proyectos, al arbitrio de sus fuerzas y no sometido
a las reglas de una actividad puesta en un ingrato nivel
de supervivencia. La formación deberá
dotarlo de habilidad para aprovechar los espacios no
convencionales; para imaginar marcos escénicos
que no obstante la austeridad de medios alcancen el
grado de expresión de los espectáculos
de gran producción; para explorar el nivel de
recepción de otros públicos; para colocar
al actor en el centro mismo del fenómeno.
Presumimos que, a cambio de lo que puede absorber un
mercado de trabajo deprimido, las posibilidades de trabajo
para actores y actrices formados bajo estos conceptos
son infinitas. El número aumenta la fortaleza,
multiplica la cantidad de grupos teatrales y permite
la apertura de nuevos espacios para la actividad.
Un seguimiento parcial de nuestros egresados, nos está
dando feliz respuesta a todas estas pretensiones. Pocos
son los que han desertado, muchos más son los
que trabajan en proyectos de propia generación
o imaginados por otros con los mismos argumentos que
ellos podrían pensar. Crece y se afianza un movimiento,
que por supuesto involucra a mucha más gente
que nuestros egresados, que descree de la actual industria
del espectáculo languideciente y ofrece otras
alternativas. Su grado de desarrollo estará dado
por sus propias fuerzas. La Escuela Municipal de Arte
Dramático suma la persistencia de su tarea educativa,
que en todo caso y en afán de definir la cuestión,
recogió en estado de latencia los argumentos
de recuperación que, suponemos cada vez con más
firmeza, harán de nuestro país un lugar
de continuada y valiosa actividad teatral.
Creemos que en este marco la tarea del maestro adquiere
un sentido que difiere en mucho de esa sensación
desagradable de estar gastando el tiempo en la formación
de desocupados, que en el caso de Buenos Aires podrían
sumar centenares, tal la envergadura del crédito
que entre la juventud sigue teniendo el aprendizaje
de las disciplinas teatrales, en especial la actoral.
El motivo de la atracción que ejerce la profesión
teatral en la juventud resulta extraña para muchos.
Arriesgar razones y encontrar explicaciones a esto excede
los límites de lo que nos hemos propuesto exponer.
Sin embargo, y con afán de síntesis, nos
permitimos imaginar que para la gran mayoría
la atracción se produce por motivos casi románticos,
alejados de todo el sentido del éxito que merecen
las estrellas de moda. Pareciera que el joven busca
encontrar en el escenario el punto de máxima
expresividad de una vida interior todavía desordenada.
Luego del aterrizaje en una escuela o en un taller de
formación, la profesión comienza a adquirir
su verdadera forma, las vocaciones se consolidan o se
quiebran y es tarea de nosotros, los maestros, atender
ambos casos con la misma dedicación, pues quien
deja el barco merece por lo menos acercarse a las razones
de su abandono.
Pero es preciso hablar en el taller o en la escuela
de una profesión articulada en el encuentro fructífero
de la teoría y de la práctica. Esta disposición
suele ser asumida por cualquier empresa educativa, en
especial si trata de la enseñanza artística.
Resulta frecuente que la propuesta muera en la intención.
La distancia para poner en práctica la teoría
suele ser de difícil tránsito. Gana la
teoría o un remedo de práctica, realizada
en ámbitos de tanta contención que operan
como factores sobreprotectores, estancos a los otros
elementos que conforman la ceremonia teatral. El público,
por ejemplo.
Por conciencia de este peligro es que en la Escuela
Municipal de Arte Dramático prestamos especial
atención a este tema. La necesidad de aplicar
conocimientos en una práctica teatral concreta
posibilitó un trabajo de producción continuado
y consecuente hasta donde dieron los medios y las fuerzas.
Al cabo del presente ciclo lectivo, que para nosotros
finaliza en noviembre, cuando se cumplen 6 años
de nuestro acceso a la dirección, la Escuela
Municipal de Arte Dramático podrá exhibir
un total de casi un centenar de producciones. La búsqueda
de salida a la crisis, tal vez acabadamente explicada
más arriba, exigió que entre estos cien
trabajos convivan espectáculos de distinta índole;
encontraremos ejemplos de teatro de calle, de teatro
para niños y por supuesto de teatro de sala.
No todo fue bueno, pero podemos destacar la presencia
de por lo menos 10 espectáculos de infrecuente
calidad, entre ellos aquel que presentamos el año
pasado en Caracas.
Por otra parte, la práctica alcanza ese nivel
en la Escuela Municipal de Arte Dramático por
la capacidad de la institución para convocar
profesores con acreditada labor en el medio, conocedores
de la profesión en todas sus instancias. Con
estos docentes solemos confrontar propuestas y compartir
decisiones. Con ellos, o junto a ellos, tantas veces
acertamos y, también, nos equivocamos. Sigue
siendo nuestro intento, como dijimos en Caracas, la
formación de una comunidad educativa donde tengan
su voz para el aliento o para la crítica.
No es una tarea terminada. Posiblemente no lo será
nunca, pero es mucho lo hecho y por cierto escasa nuestra
elocuencia para transmitirlo aquí.
No obstante, quedaríamos muy satisfechos si solo
hubiéramos abierto la puerta de un debate, para
el cual todos los presentes están invitados.
Ponencia de la Escuela Municipal de Arte Dramático
de Buenos Aires, presentada en el III Encuentro sobre
Realidad Social y formación Teatral en Iberoamérica,
en los eventos especiales organizados por el CELCIT,
en el IV Festival Iberoamericano de Cádiz, Octubre
de 1990.
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